Hemos comprobado que el
método didáctico utilizado hasta la actualidad para enseñar literatura en el
aula no ha tenido éxito, más bien ha fracasado por completo. No es uno el
problema que conlleva este fracaso, sino dos problemas y graves. Existe un gran
pesimismo en la actuación metodológica y didáctica a la hora de desarrollar la
competencia lecto-literaria en el ámbito académico, y no solo en los contenidos
y hábitos de estudios impartidos, sino también en la formación y mediación del
docente como instructor.
El primero de estos
aspectos deja ver que evidentemente el sistema tradicional de enseñanza de la
literatura no da su fruto, quizás, y seguramente, porque acoge el aprendizaje
historicista como el único relevante, dejando aparcados otros aspectos literarios
de gran importancia. No es que la cronología y el contexto de las obras
literarias no sean objetos de estudio de importancia, pero la estructura
interna, el mensaje del texto y su interpretación son tan importantes como su
situación o ubicación en el tiempo. Esta metodología se ve impuesta por la
normativa, pero impartida por el docente, de ahí la importancia de estudiar
estos dos aspectos que frenan el desarrollo de la competencia literaria en el
alumnado.
Ya hemos destacado y
resumido qué es lo que no funciona en la didáctica de la literatura y qué
debemos añadir o hacer, pero ¿qué debe hacer el docente para conseguir los
objetivos propuestos a la hora de enseñar literatura? La constante
actualización y renovación de la función del docente será el primer paso de la
iniciativa a un cambio hacia la mejora educativa en el área que engloba la
literatura, de lo contrario no existirá jamás una renovación metodológica
completa y correcta. Pero ¿hacia dónde conducir esa renovación? No es otro el
camino que la introducción a la literatura mediante la adquisición del hábito
lector. El docente deberá actuar como mediador, crítico y motivador para
conseguir asentar un interés lector en el alumnado, dejando de lado su papel
como instructor y explicador de unos datos historicistas y contextuales de
total abstracción.
Por tanto, para
finalizar, podemos presentar un nuevo concepto de educación literaria,
necesario en las aulas, en el que nuestro objetivo principal sería formar y
transformar a un lector capaz de valorar las obras literarias, al mismo tiempo
que interactúa con ellas y conoce sus características externas, de manera que
mejoremos su recepción y comprensión. Para conseguir formar al lector ideal
deberíamos enseñarles primeros a ser autónomos frente a la lectura, de modo que
sean capaces de reconocer la intertextualidad y la interculturalidad en las
distintas obras literarias. Solo así serían libres a la hora de elegir las
lecturas y, por tanto, habrían adquirido un hábito lector.
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