martes, 24 de septiembre de 2013

EL SUEÑO DE CLOTILDE

Había una vez una viejecita llamada Clotilde de unos 88 años que vivía en Matola con su nieta Shana de 12 años.


Había una vez una viejecita llamada Clotilde de unos 88 años que vivía en Matola con su nieta Shana de 12 años. A pesar de su avanzada edad todavía no había perdido la ilusión por seguir estudiando y poder sacarse la carrera que siempre había soñado, fisioterapia. Buscando información para uno de sus trabajos conoció a una fisioterapeuta que tenía una clínica muy sofisticada, que además vendía cosméticos de alta gama en León. Se llamaba Susana y al cabo de unos cuantos meses surgió entre ellas una gran amistad, hasta tal punto que le ofreció formar parte de su empresa, pidiéndole que se hiciera socia. Por eso, Clotilde decidió mudarse de un día para otro a esa ciudad con su nieta Shana, cogiendo únicamente su ropa y algo de comida para el viaje.


A pocos kilómetros de iniciar el viaje, cuando pasaban por Alicante, se dan cuenta de que se les ha pinchado una rueda. Clotilde, muy asustada, llama al mecánico que viene acompañado por su hija pequeña Leyre de 8 años y de su inseparable osito de peluche. Mientras cambian la rueda, las dos niñas se hacen muy buenas amigas. Shana le cuenta a Leyre lo triste que está porque ha tenido que irse de su ciudad y alejarse de sus amigos. Su nueva amiga, como es profesora y entiende perfectamente por todo lo que está pasando, para que no se sienta sola le regala con todo su cariño y amor su osito de peluche para que siempre la recuerde cuando esté triste.


Al cabo de unas horas, Clotilde y su nieta Shana emprenden de nuevo el camino y se dan cuenta de que está anocheciendo. Como la viejecita tiene problemas de vista y por la noche no puede conducir, se ven obligadas a hacer noche en el hostal Madrugá. Cuando llegan les dan habitación en la planta cinco y al subir al ascensor coinciden  con otra niña llamada Lina de 3 años que, aunque parezca extraño, también es maestra.
A la mañana siguiente, emprenden de nuevo camino a León. Una vez allí, se disponen a buscar a Susana. Para ello Clotilde la llama y le pide a su nieta que coja papel y bolígrafo para anotar la dirección. Una vez que llegan a la dirección indicada se dan cuenta de que no hay ninguna clínica de fisioterapia. Solo ven un establecimiento con un cartel que tiene dibujado una mariposa. Clotilde vuelve a llamar por teléfono a Susana y ésta no se lo coge. Cabreada decide entrar al establecimiento para pedir explicaciones. Una vez dentro,  las puertas se cierran de golpe y se da cuenta de que es  una empresa tapadera, ya que trafican con una especie que está en peligro de extinción de búhos chinos alvinos. La abuela, anonadada de lo que acababa de descubrir, intenta llamar a la policía pero los traficantes  no la dejan. Para mantener el silencio de Clotilde secuestran a Shana y la llevan frente a la jefa, Susana.



Seguidamente, Clotilde recibe una llamada de Susana para decirle que si quiere volver a ver a su nieta tendrá que trabajar para ellos y ayudarles económicamente con la empresa, ya que eran muy pocos socios y el negocio no puede funcionar así. Por supuesto, todo esto bajo mucha discreción y en secreto. Pero la sorpresa fue que después de contribuir económicamente con la empresa, Susana la engañó no devolviéndole a su nieta y la puso a trabajar empaquetando las cajas con los búhos.

 Al cabo de los meses, en un inventario de búhos, se encuentran por primera vez cara a cara Clotilde y Susana.  Clotilde no puede aguantar su rabia y se lanza hacia ella con la gayata en la mano, pero Susana tiene la mala suerte de que se le engancha el  zapato intentando huir. Se cae al suelo pegándose un gran golpe en la cabeza quedándose inconsciente.

Finalmente, Clotilde llama a la policía y al fin recupera a su nieta. Gracias a la policía los búhos no sufren ningún daño y regresan a su hábitat natural. Susana acaba en la cárcel por tráfico de búhos ilegales y Clotilde regresa a su casa con su nieta.

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